martes, 8 de marzo de 2016

Ni los baños ni las letrinas públicas libraron a Roma de los parásitos

Cuando aún no era un imperio, ni siquiera una república, Roma ya contaba con la Cloaca Máxima, hace unos 2.600 años. Más tarde vendrían los acueductos para llevar agua limpia a la ciudad, los baños o las letrinas públicas. Con la expansión los romanos llevaron su cultura e instalaciones de salud pública por la mayor parte del mundo entonces conocido. Sin embargo, la incidencia de infecciones intestinales y ectoparásitos no se redujo. En ocasiones, incluso, la civilización romana hizo de vector de patógenos.
Desde la grandiosa Roma, con sus 14 acueductos, hasta la ciudad hispana más pequeña, todas las urbes romanas contaban con baños públicos, dotados la mayoría de agua caliente. Casi lo mismo se puede decir de las letrinas, contadas por decenas en la capital y con cursos de agua para arrastrar las deposiciones o esponjas enganchadas a un palo para limpiarse.
Era de esperar que las distintas tecnologías sanitarias romanas, como las letrinas públicas, el agua limpia de los acueductos o los baños públicos mejoraran la salud intestinal de la población reduciendo los parásitos. Sin embargo, las evidencias arqueológicas no lo demuestran.
Cualquier mejora para la salud aportada por las letrinas se vio superada por la práctica romana de fertilizar los cultivos con heces humanas"
Los romanos no entendían las enfermedades infecciosas de la forma que lo hacemos nosotros ahora, así que no podemos presumir que levantaran letrinas para frenar la propagación de enfermedades. Los retretes venían bien para evitar que la gente tuviera que dejar la ciudad para ir a casa a hacer sus necesidades, los baños públicos debieron hacer que la gente oliera mejor y los acueductos minimizarían el riesgo de quedarse sin agua. Pero ninguna de estas cosas parece haber reducido el riesgo de infectarse con algún parásito.

                                     

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